viernes, 3 de julio de 2015

La bicicleta me llama

El otro día llegué, como tantas otras veces en el invierno, de noche a casa y vi que la luz de mi bicicleta estaba encendia. Primero pensé que era un reflejo que entraba por el ventanal que da a la calle pero cuando bajé la persiana para irme a dormir, la lucesita roja seguía encendida. Apreté el botón que la enciende y la hice pasar por los distintos efectos que tiene (parpadear, estática, titileo rápido, etc.) hasta llegar al punto que debía apagarse. Y no, sigue encendida. Así que ahí la dejé. Pensé: será una señal de Esmeralda (mi bicicleta se llama así) para que la saqué a pasaer, salgamos a pasear. Porque está cubierta de polvo. Tuve la decencia de inflarle las ruedas (que ya están desinfladas de vuelta) y dejar de ponerle ropa encima, como para que se sienta respetada... 
Cubrí la luz roja porque no me gustaba verla en la oscuridad pero sé que sigue ahí, llamándome. Cuando ando en bici, me doy cuenta cuanto me gusta, lo disfruto, que la tengo que usar más seguido, que me hace bien. Pero el hecho de bajarla en el ascensor, abrir la puerta, sostenerla, pasar sin golpearla... me desanima (ay... excusas, excusas...). 

Así que ahí está Esmeralda, esperándome fielmente.


"Y así como la bici te conecta, también te libera. Te conecta con vos y con tu alrededor, y te libera de la mente. Conecta el espíritu y libera el pensamiento. Y fluye. Para mí pedalear es una forma de meditación activa. Al fin y al cabo, meditar no es poner la mente en blanco, sino conectar cuerpo y espíritu, estar presente. No es vaciarse, sino llenarse de sentidos". Autora: Nati Bainotti para Mi vida en una mochila

Foto: Nati Bainotti

 

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